REAPERTURA: JORNADA DE PUERTAS ABIERTAS

Era la mañana del 6 de diciembre. La escuela estaba limpia; quizás, demasiado limpia.

Las mesas alineadas, los chalecos salvavidas secos, el suelo recién barrido. La madera clara, sin huellas. Todo parecía dispuesto no para ser usado, sino para ser observado, como si la escuela hubiese sido detenida justo antes de empezar.

Durante los meses previos habíamos trabajado en restaurar este espacio y pronto entendimos que no se trataba solo de arreglar una infraestructura. La casa que alberga nuestra escuela es una construcción singular: hecha de madera y de viento, mitad edificio, mitad embarcación. En su arquitectura se adivinan canales y mar.

Cabilla en la sala de equipamiento de la escuela

Con esa idea en mente, la reapertura no podía ser un gesto cualquiera. Había un respeto silencioso por quienes antes cepillaron estas tablas, por quienes levantaron estas estructuras con frío y esfuerzo. Desde esa mirada marina, pensábamos que la escuela, como un buque, debía estar impecable antes de hacerse a la mar.

Equipo Cedena limpiando la carena del Phantom

La mañana de la reapertura transcurrió entre idas y vueltas. Ordenábamos lo que ya estaba ordenado. Movíamos objetos apenas unos centímetros. Descubríamos imperfecciones imaginarias. Nos decíamos: “todo está bien, todo está limpio”.

Pero bastó poco para que dejara de estarlo.

Un par de pasos con barro en las botas. Luego otros. Las primeras huellas sobre el suelo recién barrido. Los invitados recorrían la escuela, la tocaban, la habitaban otra vez. La vitrina se rompía sin ruido.

Después vinieron los niños. El agua salada volvió a empapar las embarcaciones, los remos, los trajes y los chalecos salvavidas. La madera volvió a mojarse. El orden inicial cedió.

Y en ese desorden, la escuela volvió a parecerse a sí misma. Tal vez ahí comenzó, para algunos, una relación más honda con el mar.

Las puertas abiertas fueron también a una forma de aprender: una en la que el conocimiento se transmite y vuelve, donde lo que hoy se enseña fue antes aprendido en estas mismas paredes, con el mismo frío y el mismo viento. Una cuerda invisible que une a quienes estuvieron antes, a quienes están ahora y a quienes vendrán después.

Ese día, instructores y asistentes mostraron, sin necesidad de palabras, la voluntad de cuidar este espacio, de respetar lo recibido y de devolverlo transformado. Desde entonces, las puertas quedaron abiertas.

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Texto por Domingo Abelli

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